Números 11:5, 6
“¡Cómo echamos de menos el pescado que comíamos libremente en Egipto! ¡También comíamos pepinos y melones, y puerros, cebollas y ajos! Pero ahora, tenemos reseca la garganta; ¡y no vemos nada que no sea este maná!”
Echando pestes en el retrete celestial

Mi propia memoria es extremadamente selectiva. Por lo general, elijo recordar las buenas cosas del pasado; sin duda todos tendemos a bloquear la mayor parte de lo malo y lo mundano, las frustraciones y las cosas que nos enfurecieron en el pasado. Mayormente las únicas cosas malas que recordamos son las verdaderamente traumáticas. Nuestros recuerdos del pasado son bastante selectivos ¿no lo creen así? Creo que es de esta forma que la nostalgia se vuelve nauseabunda para Dios. Esto es, cuando la valoración de nuestra historia personal, de la historia de nuestra iglesia local, de nuestra historia denominacional, de nuestra historia de misión, está tan desconectada de la realidad que, para todos los fines ¡es una mentira viviente! ¡un perico robótico cantando en nuestros corazones las canciones que añoramos escuchar! Esas mentiras son fuentes de reflexión extrañas e intrigantes que, al igual que espejos combos, magnifican la falsedad y empequeñecen la exactitud. En otras palabras, aun la nostalgia, al reflejarse en los espejos selectivos de la falsedad, hacen que el mirar atrás sea una opción más sencilla y atractiva que el trabajo tan demandante de evaluar el presente correctamente para prepararse para un futuro mejor. Es decir, preferimos el pasado porque nuestro pensamiento selectivo, nuestro perico mentiroso, nuestro espejo combo han hecho de él una existencia aparentemente mejor y más agradable, más amable, con más sol y menos pecaminosa que el presente. No obstante, todo el que observa la pantomima desde las butacas traseras grita con incredulidad “¡No fue así!”
Amigos, a pesar de las muchas canciones de música country llenas de nostalgia sobre días soleados ya idos, de helado barato y pastel de manzana caliente y humeante, esa reflexión sigue siendo, muy a menudo, una gran mentira. Hablemos de la década de 1930 y de la gran depresión; hablemos de la guerra mundial de los años ´40 y de la bomba atómica; hablemos de los campos de exterminio de Corea en los años ´50; del violento y malvado Vietnam de los años ´60; hablemos del crecimiento del control de la natalidad y de los pecados de los soleados años ´70, con el aumento del aborto y de las enfermedades de transmisión sexual; hablemos del Sida, de la segregación racial, de los derechos civiles y los disturbios; hablemos de... bueno amigos, me entienden ¿no? Con una buena, estremecedora y convulsionante mirada a la realidad, dejemos que la nostalgia se convierta en el escollo hediondo y nauseabundo que en realidad es.
Pero sobre todas las cosas quizá deberíamos estar hablando del ahora. Ahora es el día de salvación; ahora es el punto donde el tiempo toca la eternidad; ahora es el día en el cual vivimos y nos movemos y tenemos nuestro ser; ahora es el punto donde nuestros pensamientos y oraciones afectan el futuro; el ahora es donde vivimos y, amigos, el ahora es demandante y aterrador y está lleno de controversia. El ahora no es romántico; el ahora no es donde las personas buenas aparecen en los poemas bonitos; ¡el ahora es donde debemos dar las respuestas correctas a las frecuentemente tan incorrectas preguntas! En esta lucha, en este contexto, en el ahora, Dios por siempre y para siempre es el Dios de los vivos y no de los muertos. Opino que algunos de nosotros hoy, ¡debemos dejar ir el pasado y abrazar el presente, y en tal plenitud, que el futuro en verdad nos pertenezca en toda su impetuosidad!
Medita: “Nunca preguntes por qué todo tiempo pasado fue mejor. No es de sabios hacer tales preguntas.” Eclesiastés 7:10
Ora: Señor, haz que los errores y heridas del pasado se conviertan en un terreno de entrenamiento para mi éxito en el ahora. Ayúdame a volverme, si fuera posible, inofensivamente innovador, y entonces hazme libre de la pestilencia de la nostalgia, inefectiva y ofensiva, ¡que seguramente te hace querer echarla en el retrete celestial! Amén.

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