Friday, August 26, 2011

Aug | 26 | El hombre a quien Jesús dejó morir

Palabra para meditar – REVELAR

Mateo 1:18-21
“El nacimiento de Jesús, el Cristo, fue así: Su madre, María, estaba comprometida para casarse con José, pero antes de unirse a él, resultó que estaba encinta por obra del Espíritu Santo. Como José, su esposo, era un hombre justo y no quería exponerla a vergüenza pública, resolvió divorciarse de ella en secreto. Pero cuando él estaba considerando hacerlo, se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.”


El hombre a quien Jesús dejó morir

José, a quien el ángel Gabriel se refiere como el hijo de David, le dio a Jesús, el Hijo de Dios, todos los derechos adoptivos que un padre podría legalmente dar. Este mismo Jesús, se convirtió entonces en el hijo de David por medio de las declaraciones adoptivas de José. Esta declaración principal de José se ve con claridad en su gran acto de fe, al tomar por esposa a la virgen, María, quien estaba encinta por obra divina. Colin Kerr en la International Standard Bible Encyclopaedia, escribe respecto a José que, “si se busca un tipo en el carácter de José, ése es el de un hombre sencillo, honesto, trabajador, temeroso de Dios, con una enorme capacidad de compasión y un corazón bondadoso”.

“José el Justo” fue tan honrado por el cielo, que recibió en tres ocasiones una revelación directa de Dios. Sí, efectivamente, José el Justo fue un hombre de fe, honorable y magnífico, al desposar a María en medio de las sin duda constantes habladurías de entonces, respecto a los orígenes de Jesús. La Sagrada familia vivió su vida bajo una nube de sospecha con relación a la fidelidad de María y a la probable ilegitimidad de Jesús. Orígenes sugiere que esto fue para intencionalmente quitar al diablo del camino de la encarnación del Redentor prometido, porque ¿quién podría imaginarse a la Palabra hecha carne, viviendo y creciendo bajo semejante nube de sospecha? Sin embargo así fue, y José el Justo llevó la carga de todas las sospechas pronunciadas a media voz. No se confundan con esto: José el Justo fue un gran hombre de fe, un hombre devoto, un hombre responsable, un hombre valioso para María y para todos los otros hijos que les nacieron a través de ella.

Sin duda, José también era un hombre mayor, y por lo tanto, en el esquema de este mundo perdido, estaba destinado a salir de él antes que María, quien era más joven. Sabemos con certeza que José aún estaba como fiel padre responsable y judío practicante, cuando Jesús tenía doce años; pero es evidente que José ya no está cuando Jesús comienza Su ministerio público a la edad de treinta años. En algún momento entonces, durante esos dieciocho años intermedios, José el Justo murió en brazos de María, y sin duda alguna delante de Jesús. Piensen en ello: ¿por qué “Jesús, el Bueno” permitió que esta cosa mala le sucediera a José el Justo, en Su familia, en Su Sagrada familia?

Yo creo sin duda que fue porque se acercaba el tiempo en el que Jesús iba a comenzar a revelar públicamente al mundo, a un solo Padre, a Su verdadero Padre, a Su Padre celestial. Entonces no podía haber la menor duda al respecto, de que esta revelación y proclamación no hacía referencia de ninguna manera a un padre terrenal. En este punto, el misterio y todas las habladurías con relación a la concepción de Jesús no sólo aumentarían la veracidad de Su procedencia celestial, sino que la larga ausencia de José en esta vida terrena, eliminaría posibles indicadores hacia un padre terrenal, y claramente indicaría que la proclamación de nuestro Señor se refería solamente a Su genealogía única, verdadera y celestial. Ese era el plan, ese era el objetivo, y a la luz de eso, a pesar del sufrimiento y a pesar del dolor, a pesar de la pérdida para otros hijos amados y para los brazos amorosos de María, José el Justo sencillamente tenía que partir.

El mejor de los hombres puede obedecer a los más grandiosos propósitos divinos de fidelidad, silencio, piedad y sufrimiento. No obstante, si por la razón que fuera, su continuación eclipsara la revelación del Padre de los cielos, tendría que ser retirado de la escena terrenal. Con ese fin, Jesús permitió que este hombre justo muriera.

Estoy seguro de que estoy equivocado en esto que les voy a decir, pero me pregunto si en el cielo no habrá comunidades exclusivas y especiales, en donde, junto a los campos de oro de los jardines privados del mismo Dios, hombres magníficos, silenciosos, discretos y fácilmente olvidados como José, vivirán en una felicidad estimada y honrada, en la que nosotros, los discípulos ruidosos y fanfarrones no podremos entrar nunca. Estoy seguro de que me equivoco respecto a esto, pero estoy seguro también de que entienden cuál es mi punto.

En esta noche, esto puede llegar como una sacudida para muchos de ustedes, lo sé, pero tu vida, discípulo de Cristo, ¡no se concentra en ti! El propósito de tu vida es revelar al Hijo y así a su vez, revelar al Padre. Si necesitas morir para hacer esto mejor, entonces amigo, sencillamente tienes que morir.

¡El que tenga oídos para oír, que oiga!

Medita: “Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, y nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo.” Lucas 10:22

Ora: Padre, por Tu gracia me has separado del vientre de mi madre y me has traído a este mundo Tuyo. Ahora Padre, revela a Tu Hijo en mí, para que pueda predicarlo entre los gentiles y entre los judíos. Te pido que en mí, Él y Tú puedan crecer y yo pueda disminuir. Sé que es algo difícil de pedir, oh Señor; y con todo, Padre, que así sea. Sí, amén, y que así sea.



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