Wednesday, August 17, 2011

Aug | 17 | Raboni

Palabra para meditar – ANHELO

Juan 20:15
“Jesús le dijo: ¿Por qué lloras, mujer? ¿A quién buscas? Ella, pensando que se trataba del que cuidaba el huerto, le dijo: Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, y yo iré por él.’”

Raboni

Tan sólo ayer estuve leyendo por enésima vez En pos de lo supremo, de Oswald Chambers. En su párrafo introductorio dice, “Es posible saber todo lo que se refiere a la doctrina, y aun así no conocer a Jesús. El alma de una persona está en grave peligro cuando el conocimiento de la doctrina supera al mismo Jesús, evitando el contacto íntimo con Él. ¿Por qué lloraba María? Para ella la doctrina no significaba más que la hierba que pisaba. De hecho, cualquier fariseo podría haberla puesto en ridículo, pero lo que jamás podrían poner en ridículo era el hecho de que Jesús había expulsado de ella siete demonios; no obstante, Sus bendiciones no significaban nada para ella en comparación con conocerlo a Él en persona. ‘Se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció... Jesús le dijo: ‘¡María!’. Una vez que Jesús llamó a María por su nombre, ella supo de inmediato que tenía una historia personal con el que le hablaba: ‘Ella se volvió y le dijo: ‘¡Raboni!’”.

Es posible conocer la doctrina, total y absolutamente, con todo detalle y dominio. Es posible amar la doctrina, defender y justificar tu posición particular y favorita, escribir volúmenes al respecto, debatir con otros sobre ello, incluso, (y que Dios nos libre de hacerlo) sí... ¡incluso morir por la doctrina! Todo esto puede hacerse, de hecho se ha hecho, y se está haciendo sin conocer a Jesús, sin tener una relación ni una historia personal con Él.

Con mis propios ojos he visto a nuestras ‘instituciones’ convertir a jóvenes en sus miles de conocedores de la doctrina pero que no conocen a Jesús. Yo mismo me he codeado con esos aparentemente súper magníficos y exitosos ministerios y puedo decirles ahora mismo que he experimentado una ausencia suprema de Jesús, de Su fragancia, de Su pasión, de Su presencia. ¡He visto Pastores que necesitan la expulsión de siete demonios! He visto caídas.... oh Dios mío... he visto las caídas de los grandes maestros doctrinales, de expertos del cristianismo profesional, poderosos y con posición política cayendo hasta el suelo. He visto las conchas desoladas de la muerte doctrinal; yacen como cáscaras vacías a lo largo de hermosos caminos doctrinales de ladrillo amarillo, todos saliendo de la tierra de Laodicea y sin conducir a ninguna parte.

Ayer oré con una mujer que se lamentaba por el distanciamiento de Jesús, que ella sentía había llegado a su alma. Con tierno amor la mujer le decía cuánto extrañaba Su presencia, cuánto lo anhelaba. Te digo mi amigo que yo me sentía completamente culpable. Hoy debo preguntarme a mí mismo y por lo tanto preguntarte a ti: ¿cómo hace uno para vivir, e incluso seguir en su caminar, con la ausencia perceptible de Su presencia?

Si tu respuesta a esa pregunta fue una de tipo doctrinal que dice: “de acuerdo con las Escrituras, Jesús ha dicho: ‘No te desampararé, ni te dejaré’”, entonces, permíteme decirte que realmente me preocupa tu actitud Laodiceana indiferente. En algún momento te darás cuenta de que los sentimientos son más importantes, de hecho son muy importantes, y me atrevería a decir que son primordiales. Puedes llamarme hereje si quieres, pero he visto a catedráticos que han intentado suicidarse, hombres grandiosos, discípulos de Cristo doctrinalmente correctos, afligidos y comprados con sangre, destruidos porque no ‘sintieron’ que Jesús estuviera con ellos a lo largo del difícil camino por el que atravesaban. En su angustia, su amada doctrina se volvió algo tan poco importante como los gusanos de la hierba que pisaban.

Una relación personal con Jesús, tan a menudo enseñada y pregonada en las múltiples pantallas rimbombantemente exhibidas de nuestras mega iglesias, debe ser, y lo digo de nuevo, debe ser una realidad viva en nuestro interior cualquier lunes por la mañana. Si no es así, entonces debes dudar de tu salvación. Si la doctrina no se traduce en una presencia amorosa, manifiesta y patente de un Dios viviente en nuestras vidas, ¡entonces debemos dudar de nuestra salvación! Mejor tener el dolor de este engaño y sentir el placer de descubrirlo en este lado del cielo, que llegar delante del trono de Dios y oírlo decir: “Nunca os conocí, apartaos de mí...”. Temo con todo mi corazón que esta frase tan triste será dicha a cientos de miles de hombres, doctrinalmente correctos pero muertos, que han enseñado y caminado por los pasillos de nuestras amadas iglesias Laodiceanas.

Chambers terminó su reflexión de ayer diciendo: “¿Tengo yo una historia personal con Jesucristo? La señal verdadera del discípulo es la unidad íntima con Él: un conocimiento de Jesús que nada puede hacer temblar”. Bueno, ¿y tú? Oh, amante de Jesús, me perdonarás si los ocho disparos de mi trabuco han acribillado tu corazón en esta noche, pero yo mismo tengo que preguntarme: “Oh alma mía, oh espíritu de Robert Farrell, ¿tienes esa clase de relación?”.

Medita: “Por las noches, sobre mi lecho, busco al amor de mi vida; lo busco y no lo hallo. Me levanto, y voy por la ciudad, por sus calles y mercados, buscando al amor de mi vida. ¡Lo busco y no lo hallo!.” Cantares 3:1-2

Ora:

Cariñoso Salvador, huyo de la tempestad
A tu seno protector, fiándome de tu bondad.
Sálvame, Señor Jesús, de la furia del turbión:
Hasta el puerto de salud, guía Tú mi embarcación.

Otro asilo no he de hallar, indefenso acudo a Ti;
Voy en mi necesidad porque mi peligro vi.
Solamente Tú, Señor, puedes dar consuelo y luz;
A librarme del temor corro a Ti, mi buen Jesús.

Cristo encuentro todo en Ti, y no necesito más;
Débil, me pusiste en pie; triste, ánimo me das.
Al enfermo das salud, guías tierno al que no ve;
Con amor y gratitud Tu bondad ensalzaré.

Charles Wesley

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