Esdras 3:11-13
“Todos daban gracias al Señor, y a una le cantaban esta alabanza, ‘Dios es bueno; su gran amor por Israel perdura para siempre’. Y todo el pueblo alabó con grandes aclamaciones al Señor, porque se habían echado los cimientos del templo. Muchos de los sacerdotes, levitas y jefes de familia, que eran ya ancianos y habían conocido el primer templo, prorrumpieron en llanto cuando vieron los cimientos del nuevo templo, mientras muchos otros gritaban de alegría. Y no se podía distinguir entre los gritos de alegría y las voces de llanto, pues la gente gritaba a voz en cuello, y el ruido se escuchaba desde muy lejos”.
Jemima, la de Job, y el sendero de lágrimas

La iglesia de nuestros días pone lentamente sus cimientos y se regocija con asombro ante lo que llegará a ser. Los que somos parte del viejo remanente, vemos a las maravillas perdidas del pasado, aún de nuestro pasado más reciente y lloramos. Aquellos que viven en el ahora, deben contemplar este sendero de lágrimas el cual corre a través de rostros arrugados y marchitos, para que puedan entender, aunque sea un poco, lo que sucedió en el pasado, lo que debiera hacerse en el presente ¡y lo que podría llegar a ser en el futuro! Como un hombre maduro entre los jóvenes, mientras otros sonríen y se deleitan en el gozo y la alabanza sincera, yo me encuentro llorando ante lo que hemos dejado pasar y que hemos finalmente perdido. La iglesia hundida cuya cabecera a veces se desliza detrás de cosas efímeras, deja mucho qué desear, pero probablemente hay también mucho qué alabar. Piensen en ello.
En el mismo sentido, durante nuestra jornada personal de redención de este lado del cielo, encontraremos algunas cosas que habíamos perdido y que nos serán dadas otra vez, y tal vez, en muchos aspectos serán mejores que antes. Habrá sin embargo, muchas cosas que no podremos recuperar, probablemente nunca...sí, probablemente...nunca. De la misma forma, aunque nuestro Dios es muy grande, tenga cuidado de no poner sus expectativas muy altas. Selah.
Así que en cada ‘capa’ de cimiento que se echa, las todavía jóvenes y vivas áreas en nuestras vidas se regocijan, mientras que las antiguas y tal vez ya muertas áreas de nuestras vidas, lloran, al recordar y lamentar, al igual que en una copa donde se mezclan las burbujas de la efervesencia, con la tragedia humana y la Divina gracia. Así es la vida debajo del sol.
Así que, mis amados, les deseo bien en esta noche. Les deseo tanto lágrimas como alabanza, y con ellas ¡un muy, pero muy profundo y fortalecedor gozo!
Medita: “El Señor bendijo más los últimos años de Job que los primeros, pues llegó a tener catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas. Tuvo también catorce hijos y tres hijas. A la primera de ellas le puso por nombre Jemima.” Job 42:12-14a .
Ora: Señor, si yo hubiera sabido que iba a ser la última vez que yo los iba a tener, a ver, a tocar, a orar y alabar con ellos, a regocijarme con ellos, a vivir en ellos, hubiera amado todas esas leyes, todos esos preceptos, todas esas promesas, todas esas personas y todas esas relaciones, y nunca los hubiera soltado. Sin embargo, los dejé ir. Ten misericordia de nosotros, Señor mi Dios, y con lágrimas y con regocijo y con un muy profundo gozo fortalecedor, permítenos poner los cimientos de lo que está por venir, y en una esperanza expectante, dejar la restauración de todas esas cosas antiguas que perdimos, en Tus gloriosas manos. Amén.

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