2 Reyes 9:30-33
Cuando Jezabel se enteró de que Jehú estaba regresando a Jezrel, se sombreó los ojos, se arregló el cabello y se asomó a la ventana. Al entrar Jehú por la puerta de la ciudad, ella le preguntó: ¿Cómo estás, Zimri, asesino de tu señor? Levantando la vista hacia la ventana, Jehú gritó: ¿Quién está de mi parte? ¿Quién? Entonces se asomaron dos o tres oficiales, y Jehú les ordenó: ¡Arrójenla de allí!
¡Izen la vieja bandera, hoy!

Jehú, regresó de la guerra a toda prisa, con sus manos ensangrentadas todavía por la muerte de reyes malvados. Este huracán de héroe limpió la tierra de las cenizas de la trágica magia de Jezabel. Ella lo estaba esperando.
Aún después de la muerte de su esposo Acab, Jezabel, bella y poderosa, todavía se las arreglaba para infestar la tierra con idolatría y hechicería manipuladora, mientras su hijo, Joram, no fue más que simplemente, una marioneta patética de su contínua mano dura. No hay duda en mi mente, de que Jezabel sigue la etimología de la palabra “hechicera”, en el sentido de que estaba endemoniada, y esto era así hasta un punto tal, que su propio espíritu estaba corrompido, viejo, feo, sucio, malvado y lleno de temor. Toda esta corrupción interna, estaba en apariencia, enmascarada por la dignidad de una realeza cautivante, sus ojos sugerentes y profundos, iluminados con el antimonio provocador. Aún cuando su muerte profetizada se acerca, la vieja hechicera trata de invocar su orgullosa seducción para utilizarla en contra de Jehú. Pero no esta vez, Jezabel, no esta vez.
No crean que soy misógino cuando digo que Jezabel, esa mujer salvaje, licenciosa y obstinada, se ha convertido en la imagen de cada espíritu seductor, manipulador y poderoso, el cual engañará y tentará a los hombres para que se alejen de Dios. Hay algo en este espíritu que hace que desee el poder de gobernar; el de enseñar herejías en el nombre de Dios; de alentar la ingesta de cosas impuras y la inmoralidad de la infidelidad en cualquiera de sus formas. Tal monstruosidad andante, pensarán ustedes, se vería, con todo lo que tiene de detestable, desde una gran distancia. Sin embargo, la historia nos muestra que este no es el caso. La ceguera total que el espíritu de la Jezabel que habla con voz dulce nos trae, es verdaderamente sorprendente. Amigos, miren la condición de la iglesia organizada. Miren lo que permitimos y estamos permitiendo a nuestro alrededor. Aquello que, sólo unos pocos años atrás, hubiese sido alejado con el movimiento de una mano de nuestra congregación por ser un pecado aborrecible, es ahora abrazado por todos, y esto es hecho en nombre del amor y de la comprensión elemental de “vivir y dejar vivir”. Hoy, muchos de nuestros obispos están llenos de los pecados y las enfermedades de Jezabel, y hoy, muchos de nosotros estamos teñidos por su horrible antimonio. Parece que necesitamos un poco de ungüento para nuestros ojos, enviado desde la farmacia del cielo, para así ver con nuestros ojos espirituales y deshacernos de lo que está trayendo mal a nuestras vidas.
Cuando no hay temor del Dios Todopoderoso, cuando aparentemente hay calma, entonces ¿no será tiempo para que algunos de nuestros guerreros retornen del campo y hagan algo? Y quizá, cuando algunos de nuestros muchachos regresen a casa, no izarán a la vieja bandera sino ¡bandearán a la vieja hechicera una vez más!
Reflexiona: “Sin embargo, tengo en tu contra que toleras a Jezabel, esa mujer que dice ser profetisa. Con su enseñanza engaña a mis siervos, pues los induce a cometer inmoralidades sexuales y a comer alimentos sacrificados a los ídolos. Le he dado tiempo para que se arrepienta de su inmoralidad, pero no quiere hacerlo. Por eso la voy a postrar en un lecho de dolor, y a los que cometen adulterio con ella los haré sufrir terriblemente, a menos que se arrepientan de lo que aprendieron de ella. A los hijos de esa mujer los heriré de muerte. Así sabrán todas las iglesias que yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y a cada uno de ustedes lo trataré de acuerdo con sus obras.” Apocalipsis 2:20-23.
Ora: Inclinamos nuestros corazones, doblamos nuestras rodillas, oh Espíritu ven y haznos humildes. Alejamos nuestros ojos de las cosas del maligno, y echamos fuera nuestros ídolos. Danos corazones limpios, danos manos limpias, no permitas que elevemos nuestras almas a otro dios. Oh Dios permítenos ser una generación que busca, que busca tu rostro, ¡Oh Dios de Jacob! Amén.

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