Wednesday, June 8, 2011

Jun | 08 | Rispa y la carne roja colgada

Palabra para meditar – COLGADO

2 Samuel 21:11-14
“Cuando le contaron a David lo que había hecho Rizpa hija de Ayá y concubina de Saúl, fue a recoger los huesos de Saúl y de su hijo Jonatán, que estaban en Jabés de Galaad. Los filisteos los habían colgado en la plaza de Betsán el día en que derrotaron a Saúl en Guilboa, pero los habitantes de la ciudad se los habían robado de allí. Así que David hizo que los trasladaran a Jerusalén, y que recogieran también los huesos de los siete hombres que habían sido colgados. Así fue como los huesos de Saúl y de su hijo Jonatán fueron enterrados en la tumba de Quis, el padre de Saúl, que está en Zela de Benjamín. Todo se hizo en cumplimiento de las órdenes del rey, y después de eso Dios tuvo piedad del país.”

Rispa y la carne roja colgada


El oxígeno en la sangre produce ácido láctico. Es el efecto de este ácido suavizante de la carne, cuando ésta ha estado colgando por un tiempo, el que hace a la carne más concentrada y llena de sabor. Entre mayor sea el tiempo que la carne esté colgada, más tierna y sabrosa será al comer.
Es el poeta inglés, Wordsworth, quien en su poema “Rizpa” narra la historia de una madre, enloquecida por una obsesión con los huesos de su hijo muerto, Willy, quien fuera sentenciado y condenado a morir en la horca sencillamente por haber robado el correo. Eventualmente, ella entierra secretamente los huesos en una tumba de poca profundidad en terreno santo, junto a la iglesia, y en el poema relata sus acciones a una dama refinada que se encuentra sentada a su lado en la hora final de su vida, y le dice:

¿Cree que me daban miedo los huesos? Yo los besé, yo los enterré todos
en la noche, junto al muro del camposanto- no pude cavar hondo, soy vieja.
Mi Willy resucitará entero cuando la trompeta del juicio suene
Pero le pido que nunca diga que lo puse en tierra santa. Ellos lo sacarían, ellos lo colgarían otra vez del árbol maldito.
¿Pecado? Oh sí, somos pecadores, lo sé – y que así sea,
Pero léame un versículo de la Biblia que hable de la bondad de Dios para con los hombres
“Lleno de compasión y misericordia, el Señor”, quiero oírlo otra vez;
“Lleno de compasión y misericordia – sufrido” ¡Sí, oh sí!

Porque el abogado nace para asesinar... pero el Salvador vive pero para bendecir.

En nuestro versículo de esta noche, se nos ofrece el resumen de una de las escenas más tristes jamás registradas en la Escritura. Rizpa, esa vieja mujer consumida por la pena, lleva cinco meses cuidando de siete cuerpos colgados, ennegrecidos por el viento, secados por el sol, podridos todos hasta quedar como espantapájaros adobados, y dos de los cuales eran sus propios hijos. Durante el día Rizpa aleja a los pájaros y durante la noche a los chacales hambrientos. Cinco meses dolorosos de cuidado atento de los cuerpos, con tiempo para contemplar una carne colgada.
El rey David quiso buscar la razón por la cual se había producido una hambruna de tres años en su tierra, descubriendo que había sido el intento ilícito de Saúl de aniquilar al pueblo gabaonita lo que había ocasionado la maldición. Los gabaonitas sobrevivientes fueron consultados y rechazando cualquier dinero manchado de sangre, exigieron siete descendientes de Saúl, los obtuvieron, los mataron y los colgaron para que todos los vieran. La ley era muy clara en lo referente a los crímenes capitales y en que los cuerpos debían ser enterrados en las horas de la tarde. No obstante, estos siete cuerpos, sin duda siguiendo órdenes de David, colgaban delante de Dios, esperando que la maldición terminara y que llegara la lluvia. Cinco meses de estar colgados y aún nada de lluvia, sólo el dolor de una madre contemplándolos una y otra vez.

El ritual diario de Rizpa, condujo finalmente a que el rey David les rindiera también “honores” a los muertos. Y así, enviando a traer los restos de Saúl y Jonatán, los reunió con los huesos de los siete cuerpos y los colocó dignamente en la tumba familiar. Fue después de esto que Dios escuchó la oración hecha por esa tierra. Fue después de esto. Selah.

Hace dos mil años, el hijo del Rey de toda la tierra fue colgado de un árbol, ante la contemplación eterna de Su madre, quien tenía el corazón traspasado por una espada. Como un espantapájaros emblandecido y bien cortado, vertió toda su vida en el madero de Su cruz, para que todo el mundo lo viera. Y se hizo maldición por ti y por mí. Dios devoró a su propio Hijo enjuiciándolo en aquella cruz escandalosa, y cada vez que comamos ese pan y bebamos esa copa, también debemos recordar lo tierno de esa carne colgada, en el más terrible de los sacrificios. La ley del pecado y de la muerte en las manos de los abogados sólo puede llevar a la maldición y la condenación. Sin embargo, el Dios infinitamente misericordioso, Aquél que se hizo maldición por ti, puede también hacerte verdaderamente libre.

Medita: “Ya que es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados. Por eso, al entrar en el mundo, Cristo dijo: A ti no te complacen sacrificios ni ofrendas; en su lugar, me preparaste un cuerpo; no te agradaron ni holocaustos ni sacrificios por el pecado. Por eso dije: "Aquí me tienes —como el libro dice de mí—. He venido, oh Dios, a hacer tu voluntad." Primero dijo: Sacrificios y ofrendas, holocaustos y expiaciones no te complacen ni fueron de tu agrado (a pesar de que la ley exigía que se ofrecieran). Luego añadió: Aquí me tienes: He venido a hacer tu voluntad. Así quitó lo primero para establecer lo segundo. Y en virtud de esa voluntad somos santificados mediante el sacrificio del cuerpo de Jesucristo, ofrecido una vez y para siempre. Todo sacerdote celebra el culto día tras día ofreciendo repetidas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados. Pero este sacerdote, después de ofrecer por los pecados un solo sacrificio para siempre, se sentó a la derecha de Dios, en espera de que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies. Porque con un solo sacrificio ha hecho perfectos para siempre a los que está santificando.” Hebreos 10:4-14

Ora: Cuéntame la historia despacio para que pueda asimilarla, aquella redención maravillosa, el remedio de Dios contra el pecado. Cuéntame la historia muchas veces, porque me olvido rápido; el rocío primero de la mañana ha dado paso al mediodía. Cuéntame la historia suavemente, con tono firme y acento grave; recuerda que soy un pecador a quien Jesús vino a salvar. Cuéntame la historia siempre, y si quieres sé, en tiempo de pena, un consolador para mí. Cuéntame la misma vieja historia cuando tengas razón para temer que la gloria vacía de este mundo me está costando mucho. Sí, y cuando la gloria de este mundo esté atardeciendo en mi alma, cuéntame esa viejísima historia que dice: “Cristo Jesús te sana” (tomado de The Old, Old Story, de Katherine Hankey).

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