Wednesday, August 7, 2013

Aug | 07 | Leche materna hirviente

MISERICORDIA

Deuteronomio 14:21b 
“No cocines el cabrito en la leche de su madre.”

Leche materna hirviente


El libro de Deuteronomio contiene algunos versículos desconcertantes para aquellos de nosotros ajenos a esa “sangrienta” cultura. Nuestro versículo de hoy y su contexto me dejaron confundidos por algún tiempo hasta que un día, mientras veía un noticiero en la televisión, en el que aparecía la madre de una niña perdida (quien más tarde fue encontrada asesinada) quien rogaba por el retorno sano y salvo de su hija. Nunca olvidaré la cara de pánico y llena de lágrimas de la madre quien de la noche a la mañana se había avejentado notablemente y cuyas rasgos consumidos por el terror ya se escondían tras una seda de luto. Un poeta escribe:

“No cocinarás el cabrito
En la leche de su madre
No vestirás un cerdito que mama
Con chiffón o seda
No rechazarás
La Sección 28
No tomarás un bacalao
Y le pedirás que patine
No harás que un petirrojo
Hale diez mil toneladas
No sacarás tu lengua
A los pingüinos, los murciélagos o monjas
No amenazarás jamás
Ni le causarás dolor a una madre
No cortarás el árbol nuevo
Ni asesinarás a Pedro
No esconderás una cara sonriente
Tras el gris de la seda enlutada
No cocinarás el cabrito
En la leche de su madre”

Simeón, un hombre devoto y justo que esperaba en el templo por la consolación de Israel, toma al niño Jesús de los brazos de su amorosa madre María y mientras el Espíritu Santo viene sobre él, comienza a profetizar: “Según tu palabra, Soberano Señor, ya puedes despedir a tu siervo en paz. Porque han visto mis ojos tu salvación, que has preparado a la vista de todos los pueblos: luz que ilumina a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.” (Lucas 2:29-32.) Después volviéndose a los maravillados José y María, les habla directamente a ellos, y a mitad de su proclamación sus ojos tristes se fijan por un momento en María cuando le dice: He aquí, éste es puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel y para señal que será contradicha, (sí, y una espada traspasará tu misma alma) para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones”.
El viejo profeta habla de lo que ve y no olvida hablar del dolor venidero de María, no lo deja a un lado, sino lo siente profundamente. Ciertamente, por medio de la voz de Simeón, a María le son dados más de 30 años para prepararse. Ella lo necesitará porque su niño será asesinado delante de sus mismos ojos. Aquel que mama de sus pechos será traspasado por nuestros pecados, mientras que su propia alma es traspasada por la terrible pérdida de su precioso hijo.
Aquí podemos aprender dos cosas.

Primero, que a menudo Dios nos advierte acerca de tiempos críticos que se nos avecinan, para que nos preparemos. El no es un sádico por tal revelación, sino que en amor nos pide que nos fortalezcamos para aquello que es inevitable y terrible.

En segundo lugar, aunque ese sea el caso, no obstante, el Padre Soberano no se complace en nuestro sufrimiento. Ciertamente, el da una orden específica: las madres no deben ser testigos de la muerte cruel de aquellos a quienes tanto aman. Ningún hijo debe ser torturado y muerto ante los ojos de su madre.

Quizás algunos gobiernos deberían aprenderse este versículo de memoria cuando mandan sus jóvenes a frenéticas guerras. Quizás algunos legisladores debieran tener esto en mente al autorizar la destrucción en masa de los no nacidos y al convertir la palabra “elección” en una palabra de muerte para las mujeres, porque al parecer el Padre tiene un amor especial para aquellos que ha creado para que lleven y sustenten la vida. Me parece que Dios ama a las madres, porque El también tuvo una. Los cabritos nunca deben ser cocinados en la leche de su madre, ante sus desesperados ojos.

Medita: “¡Que se alegren tu padre y tu madre! ¡Que se regocije la que te dió la vida!” Proverbios 23:25

Ora: Señor, ayúdanos a honrar a todas las madres al no asesinar sus hijos antes sus mismos ojos. Dios perdónanos por estos crímenes. Dios perdónanos y ayúdanos. En el precioso nombre de Jesús oramos, amén.



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