Monday, November 7, 2011

Nov |07| Amando a Len

Palabra para Meditar – GUERRERO

Proverbios 20:29
“La gloria de los jóvenes radica en su fuerza; la honra de los ancianos, en sus canas.”


Amando a Len

Len tenía 87 años cuando lo conocí. ¡Él había sido cristiano durante 77 años! ¿Saben? él era de la vieja escuela: Usaba su cabello cano peinado con raya a la derecha, su traje de domingo en tela rayada, una Biblia negra y había formado parte de la Asamblea de los Hermanos, por años. Probablemente ustedes hayan visto la especie, probablemente conozcan el tipo: De otros tiempos, viejo, irrelevante, pasado de moda, inservible. A pesar de ello, el que dirigía el servicio esa mañana le había dado la oportunidad de pasar al frente porque, aparentemente, Len quería hacer un anuncio.

Len se puso de pie, y lo hizo para captar la atención. Así y todo, él era aún más bajo que yo, porque el tiempo y la gravedad habían comprimido su columna vertebral. Sin embargo, aún se paraba y caminaba derecho, tan derecho como la raya en su bien cuidado pantalón; sus ojos firmes sin pestañear, miraban fijamente a los míos, como tratando de escudriñar mi alma.
Len había sido Sargento Mayor de Regimiento en el Gordon Highlanders, la segunda ola en golpear la playa Gold y combatir en su entrada a la Alemania Nazi. Más tarde me contó que al momento de quedarse sin municiones, él y un amigo fueron capturados por las SS, en las afueras de un campo de prisioneros. Fue mientras perdía y recuperaba el conocimiento ya que sus uñas le estaban siendo arrancadas, que en el dolor y la desesperación, simplemente clamó: “¡Jesús, soy Len!” Luego, en medio de la sangre, la agonía y el griterío, una gran paz descendió sobre él mientras escuchaba una voz diciendo “¡Len, soy Jesús!”. Al momento, la puerta fue abierta de una patada por los Gurkas al rescate, quienes luego de encargarse de sus captores, se le tiraron encima, lo abrazaron y lloraron diciendo “Oh maestro, mi maestro”. Uno de estos feroces guerreros nepaleses lo levantó sobre sus espaldas, lo cargó por seis kilómetros y medio hasta un hospital de campaña y permaneció con él hasta su recuperación. Len jamás olvidó eso.

La persona que conducía el servicio esa mañana le había dado lugar a Len dado que quería hacer un anuncio. En un marcado acento norteño, Len dijo, “¡Alabemos a Dios todos juntos!” La historia continuó con que esa mañana lo había despertado el Padre de la prisión Lincoln, quien le informó, que el hombre a quien Len había visitado la semana anterior y con quien había hablado hasta la 1:30 de la mañana ¡había entregado su vida a Jesús! Aparentemente, el alcalde de la prisión estaba ahora muy contento de que su peor recluso, alguna vez esposado de manera permanente, estaba ahora suelto y cantando alabanzas a Dios.

Len tenía 87 años cuando lo conocí. ¡Él había sido cristiano durante 77 años! ¿Saben? él era de la vieja escuela. Usaba su cabello cano peinado con raya a la derecha, su traje de domingo en tela rayada, una Biblia negra y había formado parte de la Asamblea de los Hermanos por años. Probablemente ustedes hayan visto la especie, probablemente conozcan el tipo: De otros tiempos, viejo, irrelevante, pasado de moda, inservible...

Medita: “Mejor proclámalo,Westmorelan, a través de mi anfitrión: Que aquél que no tenga estómago para esta batalla, se le deje ir, se le hará su pasaporte y se le darán coronas para el viaje. No moriremos en compañía de ese hombre que teme morir con nosotros. Hoy es la fiesta de San Crispiano. Aquel que sobreviva a este día y llegue a salvo a casa, se erguirá como un clavo cuando este día sea nombrado, y se levantará cuando oiga el nombre de Crispiano. Aquel que sobreviva este día y llegue a la vejez, cada año en la vigilia de la fiesta dirá a sus vecinos "mañana es San Crispiano". Entonces se levantará la camisa, mostrará sus cicatrices y dirá "Estas heridas las recibí en el día de Crispiano". Los hombres viejos olvidan, y todo será olvidado, pero él recordará con precisión lo que hizo en ese día; Y entonces recordará nuestros nombres. Le serán familiares como palabras de casa: el Rey Enrique, Bedford y Exeter, Warwick y Talbot, Salisbury y Gloucester, y seremos en sus copas llenas vivamente recordados. Esta historia el buen hombre la enseñará a su hijo. Y el día de Crispín Crispiano nunca morirá. Desde este día hasta el final del mundo. Y nosotros seremos recordados en él, nosotros, pocos, felizmente pocos, nosotros, un grupo de hermanos; porque aquél que hoy derrame su sangre junto a mí, será mi hermano y nunca más un plebeyo. Este día ennoblecerá su condición, y los nobles en Inglaterra que ahora están acostados se sentirán maldecidos por no haber estado aquí, y se tendrán por hombres de poco valor cuando alguien diga que luchó junto a nosotros en el día de San Crispín”. ---- de Enrique V.

Ora: Señor, toma mi vida y dame algunas cicatrices de guerra por las cuales alardear en el cielo, ¡Te lo pido en Tu gran nombre. Amén!

 

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