Friday, October 28, 2011

Oct | 28 | Recordando los pilares de piedra escondidos, de nuestra redención

Palabra de ensueño – CUBIERTO

Josué 4:4-7
“Entonces Josué reunió a los doce hombres que había escogido de las doce tribus, y les dijo: Vayan al centro del cauce del río, hasta donde está el arca del SEÑOR su Dios, y cada uno cargue al hombro una piedra. Serán doce piedras, una por cada tribu de Israel, y servirán como señal entre ustedes. En el futuro, cuando sus hijos les pregunten: ¿Por qué están estas piedras aquí?, ustedes les responderán: El día en que el arca del pacto del SEÑOR cruzó el Jordán, las aguas del río se dividieron frente a ella. Para nosotros los israelitas, estas piedras que están aquí son un recuerdo permanente de aquella gran hazaña.”

Recordando los pilares de piedra escondidos, de nuestra redención

Pocas cosas son más perdurables que la roca. En mi tierra natal, el famoso monumento de Stonehenge y muchos círculos de roca danzantes son todavía hoy, intrigantes testimonios de comunidades antiguas, barridas de sobre la faz de la tierra desde hace ya mucho. Aún así, el testimonio de las rocas que hablan por sí mismas perdura, pues pocas cosas son tan perdurables como una roca.

Mi sospecha es que Dios se deleita en las rocas, más de lo que Él se deleita con cualquier otro ser no vivo de Su creación. La inmovilidad firme y protectora de la roca es aquello que Él desea ansiosamente de nosotros, como mínimo. Aún así, creo que puede haber un lado secreto y metafísico en las rocas, que todavía no ha sido totalmente comprendido, pues ¿qué otro centinela cantor se mantiene tan firme en su porte, cuando de él brota contínuamente una fuente de agua viva, como testimonio? Pocas cosas son tan perdurables como una roca.
Entonces, Dios quiere que nosotros rememoremos y, como hizo muchas veces en el Antiguo Testamento, ¡comienza a enmarcar los capítulos de Su historia de redención con altares de piedra y pilares de piedras! En nuestro versículo de esta noche, sucede que en medio del río Jordán, en ese momento seco, doce representantes (uno de cada tribu), obedecen la orden de Dios y colocan las piedras en la seca tierra de Canaán, para que permanezcan como un testimonio por generaciones de lo que Dios ha hecho por los Israelitas. Sin embargo, no es este montón de piedras en el que me voy a enfocar esta noche, sino en el montón de piedras de Josué que aparece en el versículo nueve: “Y lo hicieron así los hijos de Israel, tal como Josué ordenó, y alzaron doce piedras de en medio del Jordán, como el SEÑOR dijo a Josué, según el número de las tribus de los hijos de Israel; y las llevaron consigo al alojamiento y allí las depositaron. Entonces Josué levantó doce piedras en medio del Jordán, en el lugar donde habían estado los pies de los sacerdotes que llevaron el arca de la alianza, y allí permanecen hasta hoy.” Josué 4:8-9

Quizá Josué, en este versículo nueve, estaba siguiendo alguna otra orden explícita de Dios no registrada, o ¡quizá Josué hizo esto por su propia cuenta! ¡Quién sabe! Aún así, esta noche, por debajo de la corriente del Jordán, ¡yacen doce piedras, ahora suavizadas, todas amontonadas juntas, en la húmeda (y muy llena de peces) oscuridad! Aquí hay un montón de piedras escondidas, un testimonio escondido, y sin embargo conocido por todos y cada uno de los que han sido redimidos. Sí, el montón visible, desde la rivera del Jordán nos habla de otro montón de piedras nunca vistas, traídas tal vez del desierto pero ahora escondidas desde hace mucho tiempo, cubiertas completamente y que fueron algo hace ya mucho, mucho tiempo.

Nuestra vida actual de victorias debiera estar llena de testimonios, presentes y permanentes, de la salvación que una vez nos fue dada; testimonios como rocas de la redención de una esclavitud horrorosa del pecado y de la sensación de pérdida al deambular errantes en un desierto seco, aún cuando nuestra antigua vida, nuestra vida pasada, tal como la montaña de piedras de Josué, está cubierta y enterrada hace tiempo en el camino que una vez fuera separado para nosotros.

Para todos nosotros esta noche, para todo el verdadero Israel de Dios, digo que toda piedra de pecado de nuestra vida pasada está escondida, está cubierta y está hace mucho está suavizada debajo de las arrolladoras aguas de la redención que alguna vez se amontonaron en una ciudad llamada Adán, y están ahora lejos, muy lejos. Miren a sus montones de piedras de Salvación que se pueden ver y pregúntense esta noche “¿Qué es lo que estas piedras significan para mí?” Debieran significar algo especial para ti, y más especialmente, mi querido amigo, que todo lo demás: todo aquello concerniente a tu vida al otro lado del Jordán, se ha ido y se ha perdido para siempre en medio del camino de redención y el perdón de Dios. Se ha ido, toda la piedra de recuerdos, ha sido cubierta por las profundidades de Su amor. No hay nada más perdurable que nuestra Roca.

Reflexiona: “...Ahora bien, las aguas del Jordán se desbordan en el tiempo de la cosecha. A pesar de eso, tan pronto como los pies de los sacerdotes que portaban el arca tocaron las aguas, éstas dejaron de fluir y formaron un muro que se veía a la distancia, más o menos a la altura del pueblo de Adán, junto a la fortaleza de Saretán. A la vez, dejaron de correr las aguas que fluían en el mar del Arabá, es decir, el Mar Muerto, y así el pueblo pudo cruzar hasta quedar frente a Jericó. Por su parte, los sacerdotes que portaban el arca del pacto del SEÑOR permanecieron de pie en terreno seco, en medio del Jordán, mientras todo el pueblo de Israel terminaba de cruzar el río por el cauce totalmente seco.” Josué 3:15-17

Ora: Jesús, cuando Tus pies se pararon en el torrente del Jordán, entre los deseos del cielo y la voluntad del Padre, las aguas se elevaron en la base de los pies de Adán. Tengo esperanza, Señor, porque sé que en el camino de la redención, cada uno de mis pecados, y su recuerdo, ahora están cubiertos por las aguas de Tu amor. ¡Gracias! Amén.

 

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