1 Reyes 2:20
“‘Quiero pedirte un pequeño favor,’ dijo ella, ‘Te ruego que no me lo nieges.’ ‘Dime de que se trata, madre mía. A ti no puedo negarte nada.’”
Sobre la espalda ancha y emplumada
Recuerdo que el recital final de mi hija para su grado en música consistía en dos hermosas canciones, ambas relacionadas con las madres. La primera era la canción de Claude Debussy, “Years pursues empty year”, y la otra era la canción de Henry Purcell “Tell me some pitying angel”. La primera de estas canciones cuenta el dolor sincero de una madre por su hijo pródigo, lamentándose en su corazón inconsolable por la pérdida de su hijo amado; la segunda, el pánico y terror violentamente abrumador de la virgen María al darse cuenta de la pérdida de su hijo Jesús en Jerusalén.
Yo, una vez por las hijas de Judá acariciada
Llamada entre las madres la más bendecida
Ahora por un cambio fatal la más afligida
El camino de la paternidad en estos días tan rebeldes, en estos días lúgubres, aparentemente desprovistos de la bendición abundante de Dios, es de lo más arriesgado. Son pocos los que parecen ahora navegar ese pasaje sin que sus corazones reciban una paliza en su pecho adolorido. No importa si el barco es bueno o no, cada familia de hoy en día se bambolea en estas aguas turbulentas y muchos hijos han caído por la borda, al parecer para no ser rescatados nunca. En ocasiones, parecería, para no ser vistos otra vez.

En esta noche tal vez seas una madre que ha sufrido el silencio de los ángeles compasivos, que se han rehusado a decirte donde puede estar tu dulce pequeño. Tal vez en esta noche seas una madre destrozada por dentro, porque la fe y la duda han dividido de manera devastadora tu alma cansada. Tal vez en esta noche seas una madre descontenta con sus hijos, cuya ausencia persistente y sobre todo silenciosa ha embarcado las naves de la tristeza cargadas de pena, que cruzan tus años dolorosos que se van. Sí, tal vez en esta noche seas una madre, una madre en profunda angustia.
A todas las madres les digo: el Padre conoce tu dolor y escucha la oración que haces por el fruto de tu vientre. ¿Acaso no has sido en Él y por Él una dadora de vida? ¿Acaso se te ha quitado ese honor? Yo creo que no. Sí, todavía eres quien les ha dado la vida a esos hijos que amas. Y te digo que el cielo está lleno de hijos que por aire han llegado al Salvador, transportados en la espalda ancha y emplumada de las oraciones desplegadas como águilas de muchas madres confundidas. Madre, aún puedes darles vida a tus hijos. Sigue orando por ellos y no te detengas.
Medita: “El hombre llamó Eva a su mujer, porque ella sería la madre de todo viviente.” Génesis 3:20
Ora: Ahora mismo mi Señor, ten piedad de mis hijos; que de mí pueda brotar vida para ellos. Como habitas en mí, así también habita en ellos. Amén y Amén.

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