Tuesday, January 4, 2011

Jan | 04 | El testigo silencioso

Palabra para meditar – VIVE

Eclesiastés 12:6
“Acuérdate de tu Creador antes que se rompa el cordón de plata y se quiebre la vasija de oro, y se estrelle el cántaro contra la fuente y se haga pedazos la polea del pozo.”

El testigo silencioso

Recientemente he estado muy enfermo. Tan enfermo que estaba tan indispuesto como un pez que está a punto de morir y ha sido privado del último aleteo de su aleta. Tan enfermo, que no podía hacer nada, excepto yacer inmóvil y quejarme. Tan enfermo que no deseaba recibir visitas, lo cual es bueno porque, de cualquier manera, nadie vino. Más importante y más preocupante para mí, es el hecho de que ni siquiera Dios vino a visitarme durante mi enfermedad.

Algunos de ustedes dirán, “Ah, Robert, lo que sucede es que tú no podías verlo, tu enfermedad no te dejó ver Su presencia”. Quizá. De cualquier modo, Su presencia no se percibía. Su mano sanadora no me tocó. Así que, aun si Él estuvo allí, también pudo no haber estado.

Hay un profundo misterio en el aparente silencio de Dios que se percibe algunas veces en la enfermedad de los hombres y las mujeres. En cuanto a esto, Dios no precisa defensa, ni pide por ella, pues toda enfermedad es una niebla en forma de remolino, que de manera persistente nos lleva hacia la costa del mismo río frío, que un día nos recibirá cuando una enfermedad fatal y terminal nos empuje a cada uno de nosotros, (sí, a todos y cada uno de nosotros), mucho más arriba de nuestros cuellos, hacia la frialdad del tieso rigor mortis. La enfermedad es un recordatorio, más aun, una preparación para ese paso que todos daremos algún día y, por lo general, nos permite un pequeño atisbo de lo que nos espera. Esto no es algo malo.

Tales enfermedades silenciosas desafían mi fe, aunque en una buena manera, porque emerjo de ellas sabiendo que Dios está en la luz, que Dios está en la vida, que Dios está en medio de las alabanzas de Su pueblo, que puedo encontrar a Dios en mi día, que a Dios hay que buscarlo y regocijarse en Él, cuando estoy lleno de salud y de fuerza. Sí, tales enfermedades silenciosas son en realidad un testigo silencioso para que nosotros vivamos, (eso, si la vida una vez más viene a nuestros siempre desfallecientes, cuerpos). Así que, si Dios no te visita en tu enfermedad, ¡asegúrate de golpear Su puerta cuando te mejores!

Medita: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Lejos estás para salvarme, lejos de mis palabras de lamento. Dios mío, clamo de día y no me respondes; clamo de noche y no hallo reposo.” Salmos 22:1-2

Ora: ¡Alaben al SEÑOR los que le temen! ¡Hónrenlo, descendientes de Jacob! ¡Venérenlo, descendientes de Israel! Porque él no desprecia ni tiene en poco el sufrimiento del pobre; no esconde de él su rostro, sino que lo escucha cuando a él clama. Tú inspiras mi alabanza en la gran asamblea; ante los que te temen cumpliré mis promesas. Comerán los pobres y se saciarán; alabarán al SEÑOR quienes lo buscan; ¡que su corazón viva para siempre! Se acordarán del SEÑOR y se volverán a él todos los confines de la tierra; ante él se postrarán todas las familias de las naciones, porque del SEÑOR es el reino; él gobierna sobre las naciones. Festejarán y adorarán todos los ricos de la tierra; ante él se postrarán todos los que bajan al polvo, los que no pueden conservar su vida. La posteridad le servirá; del Señor se hablará a las generaciones futuras. A un pueblo que aún no ha nacido, se le dirá que Dios hizo justicia. (Salmos 22:23-31)

No comments:

Post a Comment