Monday, March 7, 2011

Mar | 07 | ¡Oh... por unos pies tan resbaladizos!

Palabra para meditar – BENDICE

Deuteronomio 33:24-25
“Acerca de Aser dijo: Aser es el más bendito de los hijos; que sea el favorito de sus hermanos, y se empape en óleo los pies. Tus sandalias serán de hierro y bronce; ¡que dure tu fuerza tanto como tus días!”

¡Oh... por unos pies tan resbaladizos!


¡Que cosas tan asombrosas para decir! ¡Qué afirmaciones tan proféticas y cuánto poder palpable agrega ahora Moisés a todas las bendiciones dadas por Jacob hacía ya mucho tiempo atrás, sobre sus hijos que aguardaban con asombro y expectación!

Aser, el octavo hijo de Jacob, se vuelve aquí el símbolo de la sumatoria de todas las bendiciones sobre Israel. Aquí, Aser ‘el feliz’ (porque eso es lo que su nombre significa), el más favorecido con bendiciones de entre todos sus hermanos, es bendecido tanto por encima como por debajo en la tierra de la promesa. ¡Por encima es bendecido con tanto óleo, que sus descendientes tendrán una difícil travesía ungiendo sus pies con el aceite que chorrea de todos los innumerables olivares que fueron plantados! ¡Por debajo es bendecido con tanta riqueza mineral que, tanto la posesión como la exportación de la misma les proveería todas las bendiciones materiales que sus corazones jamás podrían desear! Les digo, ¡qué bendición del Padre Jacob fue ésta, y qué bendición del Padre Moisés! Ah... ¡que hermoso recibir tal bendición personal, poderosa y profética, de un padre bendecido, poderoso y honrado por Dios en su partida!

La última vez que recuerdo haber abrazado a mi padre él estaba descansando en el sillón. Una embolia lo había dejado inmóvil, y todo lo que podía hacer era observarme a través de sus ojos tristes y vidriosos. Todas las mentiras desquiciadas que había dicho en su vida y acumulado en su grandilocuente campanario, aunque silenciadas por tanto tiempo, finalmente dejaron su largo sueño gracias al sonido del ‘jorobado’ coágulo de sangre que hizo sonar las campanas, y ahora esas mentiras pululaban en el aire con un toque irónico alrededor de su cabeza enferma. Fui yo, que en ese momento contaba con poco más de veinte años, quien acerqué a mi anciano padre hacia mí, lo bendije en su quebranto y le dije que lo amaba, sin importar nada. Pero esto debiera haber sido diferente ¡Todo estaba de cabeza! El más anciano debiera bendecir al más joven, pero al igual que un padre que asiste al funeral de sus hijos, lo abracé por última vez y lo bendije. Estas cosas no deberían ser así.

Mi objetivo personal es prosperar espiritualmente, tanto que al momento de mi partida, ésta demande de mis hijos un honor y un respeto de tal manera que ellos correrán para buscar una bendición de mi parte; porque ellos sabrán, no sólo que yo tengo una bendición para darles a ellos, sino que el recibirla será de un valor inestimable, porque será evidente que Dios ha estado conmigo.

¿Puedo esta noche animarlos sobre dos cosas?

Primero, que si no pudieron recibir la bendición de un padre terrenal, busquen privadamente una bendición especial del Padre celestial.

Segundo, que una vez que hayan recibido esa bendición tan poderosa, se comprometan totalmente a crecer espiritualmente y que esto sea de forma tal, que cuando el momento de su partida se acerque, ustedes también tengan la autoridad y el respeto para dar una bendición profética sobre las cabezas inclinadas y expectantes de todos sus hijos. En especial, aquellos que ustedes han ayudado a nacer y crecer en el Reino de Cristo, nuestro Señor, y particularmente, aquellos tan amados de su línea de sangre.

Recuerden, la muerte puede ser su partida final, pero es sólo una de otras miles que harán en su largo viaje a casa. ¡Sí, asegúrense de que en cada una de sus partidas, ustedes tienen tanto una bendición para dejar como una bendición que es deseada!

Medita: “Pero Isaac le respondió: Tu hermano vino y me engañó, y se llevó la bendición que a ti te correspondía. Pero Esaú insistió: ¿Acaso tienes una sola bendición, padre mío? ¡Bendíceme también a mí! Y se echó a llorar.” Génesis 27:35,38

Ora: Oh Padre mío, bendíceme. Bendíceme con la triple grosura de la tierra debajo de mis pies, de la tierra sobre la cual camino y del cielo. Bendíceme especialmente con un ‘carruaje’ grandioso y excepcional, personal y profético, sobre el que andaré en las alturas de toda la tierra que me has dado. Te lo pido en el nombre de Jesús. Amén.

 

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