Deuteronomio 19:10-13
“De este modo no se derramará sangre inocente en la tierra que el Señor tu Dios te da por herencia, y tú no serás culpable de homicidio. Pero si un hombre odia a su prójimo y le prepara una emboscada, y lo asalta y lo mata, y luego busca refugio en una de esas ciudades, los ancianos de su ciudad mandarán arrestarlo y lo entregarán al vengador para que lo mate. No le tendrás lástima, porque así evitarás que Israel sea culpable de que se derrame sangre inocente, y a ti te irá bien.”
¡Refugio! ¡Refugio! ¡Refugio!
Sangre. Desde el Génesis en adelante, desde el momento en que Caín mató a Abel, cuando sangre ‘inocente’ se derramó sobre la tierra por primera vez, la indignada hemoglobina comenzó a arder y continúa haciéndolo ¡como una bengala roja de emergencia disparada al mismo centro de las pupilas de Dios! Verán, Dios siempre tiene su atención puesta sobre el derramamiento de sangre inocente, porque la sangre es el emblema y la portadora de vida de una persona, y la sangre inocente mancha la tierra sobre la que es derramada. El cielo mira hacia ella como la mancha de vino color púrpura que se expande sobre la alfombra verde de la vida. Me pregunto si queda algún lugar limpio en todo el planeta... un lugar donde esta mancha de sangre inocente no haya extendido sus brazos ardientes hacia el cielo. El problema con esta contaminación de poder, este derramamiento de sangre inocente, es que causa una reacción acorde en el Dios de la justicia, porque cuando la tierra está contaminada, provoca la ira de Dios sobre ella misma. Sólo el castigo puede expiar a esa sangre inocente, cuya bengala roja se quema en las órbitas de los ojos vigilantes del Todopoderoso. La sangre derramada demanda una operación de limpieza de proporciones catastróficas y eso, mis amigos, tiene una etiqueta de precio muy alta.

Sin embargo, los oídos de todos los vivos han sido tapados por Satanás y por su sociedad enferma de egoísmo y muerte. Porque nuestras naciones están inundadas de la sangre derramada de bebés inocentes. ¡Porque la sangre fluye a raudales por tantos abortos; el despreciable egoísmo de Satanás, ha manchado de rojo las paredes del universo de Dios y ha causado que hasta las estrellas huelan mal! Sí, el espacio no es silencioso, sino que está lleno de los gritos de los bebés que lloran, arrancados de la matriz, miembro a miembro, siendo salados hasta la muerte; millones de millones de ellos se escuchan unidos en su ira por la vida robada, con todos sus llantos acusadores y gritos por venganza, un eco sin fin a través del eón, todo amplificado por el suelo manchado de rojo, de la triste, ofendida, horrorizada y tambaleante madre tierra.
Nuestro versículo de esta noche se encuentra en el contexto de las tres más grandes ciudades de refugio Levíticas. En cualquier lugar de Israel en que se encontrara uno, estaría a un día de viaje de una de ellas. Los caminos que llevaban a las ciudades de refugio estaban construidos rectos y eran mantenidos y librados de malezas cada primavera. Cuando se necesitaron señales, algunos dicen que sobre cada puente que cruzaba un cauce profundo, decía solamente: refugio, refugio, refugio.
Estas ciudades de refugio fueron construidas principalmente como lugar de protección para aquellos culpables de homicidio involuntario. Aquí podían quedarse; la ciudad se volvía para ellos una prisión abierta donde tenían protección de los vengadores de sangre de las tribus, hasta que eran absueltos por un juicio, o la muerte del Sumo Sacerdote dando lugar a su liberación inmediata. Sí, la Santidad del Sumo Sacerdote, aun en ese entonces, significaba que su muerte era suficiente para limpiar la tierra de la sangre inocente y declarar al culpable, libre de partir.
Los homicidas involuntarios llegaban a las ciudades de refugio; los asesinos no. Este delito capital era arreglado por el vengador de la sangre en el campo, o por los tribunales de los Levitas, a las puertas de la ciudad.
Sin embargo, Cristo no hace tal distinción. ¡Porque el gran y siempre santo, glorioso y lleno de gracia Sumo Sacerdote del universo, se ha convertido en una ciudad de refugio tanto para el homicida involuntario como para el asesino! Su muerte limpia a todos. Su vida justifica a los más débiles y a los peores. Sí, todos los caminos del Evangelio llevan a Su perdón arrollador y cada curva, cada puente y cada cruce de caminos está marcado con estas tres palabras iluminadas con luces de neón: ¡Refugio, Refugio, Refugio!
Si esta noche tú eres una madre asesina, o un padre cómplice, entonces te ruego que te apresures a ir hacia Jesús, porque la tierra grita en tu contra; no, no solamente eso, la misma voz de los niños que has asesinado gritan en tu contra y buscan el juicio de Dios sobre tu vida. ¡Corre hacia Jesús ahora y deja que Él sea tu refugio!
Medita: “En cuanto al homicida que llegue allí a refugiarse, sólo se salvará el que haya matado a su prójimo sin premeditación ni rencor alguno.” Deuteronomio 19:4
Ora: Señor, la tierra grita contra nosotros. Oh Dios, detén Tu mano para que Tu pueblo tenga el tiempo de proclamar Tu ciudad, como el único y más maravilloso de los refugios del pecador, incluso para un pecador como yo. Satisfácete con la sangre del gran Sumo Sacerdote, a quien nosotros ahora tomamos como nuestro Salvador, y a quién Él toma, aún ahora, como Sus hijos adquiridos con Su sangre. Por eso, en Tu ira recuerda la misericordia, y en Tu grandiosa y abundante gracia, justifica tanto el homicidio involuntario como el asesinato. Te pedimos esto en el nombre de Jesús. Amén.

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