Thursday, March 24, 2011

Mar | 24 | El terrible deseo de una divinidad mortal

Palabra para meditar – CUIDADO

1 Samuel 2:22-25
“Elí, que ya era muy anciano, se enteró de todo lo que sus hijos le estaban haciendo al pueblo de Israel, incluso de que se acostaban con las mujeres que servían a la entrada del santuario. Les dijo: ¿Por qué se comportan así? Todo el pueblo me habla de su mala conducta. No, hijos míos; no es nada bueno lo que se comenta en el pueblo del SEÑOR. Si alguien peca contra otra persona, Dios le servirá de árbitro; pero si peca contra el SEÑOR, ¿quién podrá interceder por él? No obstante, ellos no le hicieron caso a la advertencia de su padre, pues la voluntad del SEÑOR era quitarles la vida.” 

El terrible deseo de una divinidad mortal

En cierto lugar de Nueva York, un hombre italiano, anciano ya, veía a su hijo día tras día, dejar el edificio de departamentos y caminar por la calle hacia su parada de la escuela. Y día tras día, este viejo padre italiano veía como los miembros de una pandilla del vecindario intimidaban a su hijo. Así un día después de otro, su hijo iba a la escuela y pasaba hambre porque los chicos más grandes le robaban el dinero para el almuerzo y, todos los días, su hijo regresaba de la escuela moretoneado por la golpiza que había recibido. El hijo jamás dijo una palabra a su padre y el padre jamás dijo al hijo que él lo observaba secretamente y que sabía todo lo que le estaba sucediendo. El anciano padre no podía precisar cuándo había tomado la decisión, pero en su corazón las velas ya estaban desplegadas, el timón listo para partir y ahora él, había tomado un curso totalmente diferente: En un día no muy lejano, inesperadamente, él asesinaría a esos miembros de la pandilla que habían robado y abusado de su hijo por tanto, tanto tiempo. No ahora, pero pronto, él castigaría a los perpetradores de un abuso tan violento y de una injusticia tan canalla contra su propio y amado hijo.

Los dos niveles más altos de temor que experimenté en mi vida, (sí, ¡ha habido varios niveles!), fueron primero, la explosión de ira emocional y violenta. El crimen pasional, al igual que una tormenta de verano, puede ser devastador pero se termina pronto. Sin embargo, su violencia generalmente está tan diseminada que, la mayoría de las veces, en sus efectos, esas cosas valiosas que nos pertenecen, esos intereses vitales que mimamos, las más de las veces, en un ataque iracundo e inesperado son ‘asesinados’. Fue aterrador, fue tempestuoso, sin embargo, la violencia que generó fue, finalmente, su propio modo de disipación.

Segundo, hay un estado de enojo más aterrador, que he observado comenzar en los ojos de un hombre para fluir lentamente, como si fuera melaza espesa por los costados de un jarro abierto, y fijarse como cemento en las profundidades fundacionales del alma. Cuando esta decisión firme, fija y establecida de devastación planeada y destructiva se desliza silenciosamente, como una llave en la cerradura de la puerta de la muerte, el rostro de hielo que produce enfría los espíritus de aquellos que, en expectativa terrible y segura, ven y saben que la ira finalmente, ha venido a visitarlos. De esto no hay escape porque no se disipa. Una vez que la ira endurecida es liberada, compra un gran y malvado bote y fija su curso hacia la muerte, que hincha sus velas negras y bramantes con un deseo sin restricciones. ¡Seguramente, no hay terror más grande que cuando una decisión de muerte se vuelve un propósito activo que se tiene que cumplir!

Entre más pronto temblemos ante las decisiones de Dios, más pronto podremos calmar y expiar Su tan grande, Su tan fijo y Su tan focalizado e intencionado enojo. Esta mirada calmada y confiada, fija y helada del Dios Altísimo es una con la cual nuestro mundo debe familiarizarse más y debe hacerlo rápido, porque escucho la inhalación profunda de las respiraciones angelicales, enojadas, y el sonido suave de trompetas doradas presionadas contra los labios.

Reflexiona: “Tocó el sexto ángel su trompeta, y oí una voz que salía de entre los cuernos del altar de oro que está delante de Dios. A este ángel que tenía la trompeta, la voz le dijo: Suelta a los cuatro ángeles que están atados a la orilla del gran río Éufrates. Así que los cuatro ángeles que habían sido preparados precisamente para esa hora, y ese día, mes y año, quedaron sueltos para matar a la tercera parte de la humanidad. Oí que el número de las tropas de caballería llegaba a doscientos millones. Así vi en la visión a los caballos y a sus jinetes: Tenían coraza de color rojo encendido, azul violeta y amarillo como azufre. La cabeza de los caballos era como de león, y por la boca echaban fuego, humo y azufre. La tercera parte de la humanidad murió a causa de las tres plagas de fuego, humo y azufre que salían de la boca de los caballos. Es que el poder de los caballos radicaba en su boca y en su cola; pues sus colas, semejantes a serpientes, tenían cabezas con las que hacían daño. El resto de la humanidad, los que no murieron a causa de estas plagas, tampoco se arrepintieron de sus malas acciones ni dejaron de adorar a los demonios y a los ídolos de oro, plata, bronce, piedra y madera, los cuales no pueden ver ni oír ni caminar. Tampoco se arrepintieron de sus asesinatos ni de sus artes mágicas, inmoralidad sexual y robos.” Apocalipsis 9:13-21

Ora: Amén. ¡A pesar de todo, ven Señor Jesús! Apocalipsis 22:20

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